EL DILEMA DEL MAL, DIOS Y NOSOTROS
Por: Dr. Juan José Pérez

(Original Caption) Emaciated survivors of one of the largest Nazi concentration camps, at Ebensee, Austria, entered by the 80th division, U.S. Third army on May 7, 1945. Imagen cortesía de: Getty Images.
INTRODUCCIÓN
Todo ser humano experimenta el mal en una u otra medida. Lo único que tenemos que hacer es vivir lo suficiente como para verlo venir. Lo vemos en el mundo en forma de males sociales: Guerras, racismo, genocidio, miseria, radioactividad y efectos contaminantes, etc. Lo vemos en forma de males naturales: Defectos congénitos, parásitos, plagas, ataques de animales violentos y venenosos, mutaciones, enfermedades debilitantes, cáncer mortal, lesiones incapacitantes, tifones, terremotos, y otros desastres naturales. Lo vemos en forma de males personales: Muerte de un ser querido, enfermedad, desilusión, fracaso, debilitamiento, traición, etc., etc., etc. Ante estas cosas, las preguntas existenciales vuelven a surgir: ¿Por qué tanta miseria? ¿Por qué tanta injusticia? ¿Por qué lo permite Dios? Hay varias razones que a nuestro entender justifican un escrito sobre este tema:
UNA RAZÓN CONTEXTUAL
En el momento actual nos ha tocado enfrentar un mal mundial, el COVID-19, pandemia que ya ha tocado la puerta de muchos de nuestros hogares, generando así profundas preocupaciones y cuestionantes.
UNA RAZÓN APOLOGÉTICA
Posiblemente, el dilema del mal es la más grande objeción al teísmo tradicional. Greg Banhsen expresa lo siguiente al respecto:
“Quizás el desafío más intenso, doloroso y persistente que los creyentes escuchan acerca de la verdad del mensaje cristiano viene en forma de lo que se llama “el problema del dolor”. El sufrimiento y el mal que vemos a nuestro alrededor parece gritar contra la existencia de Dios, al menos un Dios que es a la vez benevolente y todopoderoso”.[1]
UNA RAZÓN EXISTENCIAL
La razón para estudiar este tema no se limita a lo apologético, pues cuando nos toca personalmente enfrentar la miseria y la maldad, el asunto pasa de lo filosófico a lo personal, de lo lógico a lo emocional. Y cuando nos toca a nosotros, es todo un mundo nuevo. En ese momento necesitamos algo más que una respuesta intelectual. Una vez más, Bahnsen expresa:
“Es importante para el cristiano que reconozca—de hecho, que insista—la realidad y la seria naturaleza del mal. El tema del mal no es simplemente un juego intelectual de salón, un asunto frío, una decisión antojadiza o relativista de ver las cosas de cierta manera. El mal es real. El mal es horrible”.[2]
El propósito con este escrito es examinar lo que Dios ha revelado acerca del mal, para así no sólo dar una respuesta apologética al dilema, sino también para prepararnos personalmente para el sufrimiento, pues como ha expresado Randy Alcorn, “una fe que no nos prepare para el sufrimiento es una fe falsa”.[3]
EL TESTIMONIO BÍBLICO
Existe una palabra hebrea muy utilizada en el Antiguo Testamento para referirse al estado ideal de las cosas: “shalom” (שָׁל֑וֹם), comúnmente traducida como “paz”. En palabras de Cornelius Plantinga, significa: “Florecimiento, integridad y deleite universales, una situación pletórica en la que se satisfacen las necesidades naturales y se utilizan con provecho los dones naturales”.[4] En términos sencillos, se trata de todo lo que está detrás de las palabras “y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1.31). Desde la perspectiva Bíblica, el mal es la alteración del shalom, es decir, cualquier acción, evento o circunstancia que es total o parcialmente contraria a lo que se supone o espera que debiera ser u ocurrir, exactamente lo contrario a lo que vemos hoy cuando consideramos al ser humano y sus relaciones con otros seres humano y con la naturaleza. El mal es la razón por la que las cosas en el mundo no funcionan de una manera íntegra o completa.
Ahora bien, existen tantas acciones y circunstancias en el mundo que caen dentro de la categoría de “males”, que la Biblia no nos permite ser reduccionistas en este tema. Por esa razón, sugerimos la clasificación presentada por David Powlison en su libro, Encuentros de Poder, quien distingue dos tipos de males: “El mal moral y el mal situacional”.[5]
Con MAL MORAL nos referimos a la corrupción del corazón humano que le lleva a rebelarse contra los ideales morales de Dios para mantener la armonía en el universo. Este tipo de mal es comúnmente conocido en las Escrituras como “pecado” y por naturaleza incluye el elemento de la responsabilidad (Jeremías 2.13; Mateo 12.35; Marcos 7.21).[6] El mal moral o pecado es un tipo específico de mal porque cualquier violación a los ideales morales de Dios para el universo termina alterando, total o parcialmente, el shalom o la armonía, sea en la casa, en el trabajo, en la sociedad y en el mundo. Por otro lado, con MAL SITUACIONAL nos referimos a las calamidades o males externos que existen en el mundo como consecuencia del mal moral, tales como la miseria (Lucas 16.25), el daño causado por un animal salvaje (Hechos 28.5), los daños de una traición (Marcos 15.14; Hechos 23.9), el mal causado por una plaga, enfermedad o muerte (Apocalipsis 16.2) y que podrían generar aflicción o dolor interno cuando cierto nivel de intensidad es superado (Colosenses 4.13; Apocalipsis 16.10-11).§ Estas calamidades también son males porque alteran la armonía, tanto externa como interna.
En un sentido cósmico, el mal moral inició en el mundo angelical, cuando un “querubín protector” (Ezequiel 28.11-19) identificado en otros lugares de la Biblia como el diablo o Satanás (Juan 8.44; 1 Timoteo 3.6; 1 Juan 3.8; Judas 6; Apocalipsis 12.9), lleno de astucia y arrogancia y en abierta oposición a los propósitos de Dios, decidió seducir al ser humano para que se revelara con el orden establecido (Génesis 3.1-6).[8] Tristemente, Adán y Eva, a pesar de haber sido creados rectos, decidieron creerle a la Serpiente antes que al Creador y pusieron su deseo de ser dioses por encima de la verdad, escogiendo así de manera autónoma lo que era “mejor” para sus destinos.[9] Es ahí, en Edén, con la caída donde inicia el mal moral o el pecado en la humanidad (Génesis 3.17; Eclesiastés 7.29; Romanos 5.12). A partir de entonces, la maldad de los hombres se siguió originando en el corazón caído del ser humano (Jeremías 17.9-10; Marcos 7.23) y se multiplicó en gran manera, resultando en mucha violencia (Génesis 6.5). Pero la caída del ser humano también implicó la caída de la creación, la cual estaba bajo sus pies. En vista de que el ser humano se rebeló contra lo establecido por Dios, ahora la creación, bajo maldición, se rebelaría también contra el gobierno humano, produciendo cargos y espinos (Génesis 3.17-10; Romanos 8.20-22) que harían de la vida del ser humano algo doloroso y vacío. La cúspide de todo mal situacional sería la muerte (Génesis 2.17; 3.3), la cual, en palabras de Carson, es el límite impuesto por Dios a nuestro orgullo”.[10] Es así como inició también la calamidad o el mal situacional (Génesis 3.17; Romanos 5.12).[11]
DOCTRINA BÍBLICA
La Biblia enseña entonces que el mal existe, tanto el moral como el situacional. No es una ilusión, sino una realidad. No creado por Dios, sino originada en el corazón mismo de seres personales que decidieron rebelarse contra Dios (Romanos 5.12-14). Tal rebelión que trajo como resultado la maldición con todos sus efectos, incluyendo la miseria y la muerte (Génesis 3.16-19). Todavía hoy, debido a la culpa y a la corrupción heredada de Adán, el ser humano se sigue rebelando contra Dios (Romanos 5.12-14), acarreando sobre sí mismo y sobre toda la creación los efectos dolorosos de una creación maldita y caída. Así lo será hasta que Jesús, a causa de Su muerte y Su resurrección, regrese y haga nuevas todas las cosas, retirando así la maldición con todos sus efectos (Apocalipsis 6.17-25; 2 Pedro 3.11-13; Apocalipsis 21.4; 22.3).
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
Uno de los problemas del mal es que se relaciona con la experiencia del dolor o el sufrimiento humano. Este, cuando toca a la puerta de nuestras vidas, hace inevitable la búsqueda de respuestas que den sentido o propósito a dicha experiencia. En ese momento comienzan a surgir preguntas: ¿Existe Dios? Si existe, ¿qué tiene que ver con esto? ¿Por qué lo permite? ¿Es que no tiene el poder para resolver el problema? Si lo tiene, ¿por qué no nos socorre? Es a ese choque entre los que creemos acerca de Dios y eso que sucede y nos que quita el shalom físico y emocional, a lo que se ha llamado “el dilema del mal” o “el problema del dolor”.
La forma más conocida de este dilema la encontramos en el llamado “Dilema de Epicuro”, atribuido filósofo griego Epicuro de Samos, quien vivió 300 años antes de Cristo y fundó una escuela que lleva su nombre (Epicureísmo). Su filosofía básica era que la meta de la vida es el placer visto como una vida de quietud y tranquilidad, a la cual denominó “ataraxia”.[12] En vista de su meta, la tarea del ser humano según esta filosofía es evadir el dolor o el sufrimiento. ¿Cómo explicaba Epicuro la existencia del sufrimiento y el dolor a la luz de una deidad omnisciente, omnisapiente, omnipotente y omnibenevolente? David Hume, en su libro Diálogos sobre la Religión, lo expresó de una manera sencilla y abreviada: “¿Está [Dios] dispuesto a impedir el mal, pero no es capaz?, entonces es impotente. ¿Es capaz, pero no está dispuesto?, entonces es malévolo. ¿Es capaz y al mismo tiempo está dispuesto?, ¿De dónde, entonces, viene el mal?”.[13] Ahora bien, a pesar de la antigüedad del dilema, este se hizo popular algún tiempo después de la ilustración, cuando en occidente se comenzó a dar demasiado confianza a la razón humana y Dios comenzaba a verse más lejano. Y no fue sino a mediados de la década de 1980 cuando el argumento comenzó a utilizarse como una “evidencia conclusiva” en contra de la existencia de Dios. A partir de entonces el argumento ha sido utilizado en dos formas, de manera lógica (que busca probar que no existe ese Dios) y de manera evidencial (que argumenta en la imposibilidad de que exista un Dios así),[14] teniendo como resultado que muchos terminen, o negando la existencia de Dios, o limitando a Dios bajo el argumento que un Dios bueno y todopoderoso a la vez no puede permitir el mal.
LA DEFENSA
Este escrito es una TEODICEA, concepto que se deriva de dos palabras griegas, “theos”, que se traduce como “Dios” y “dike”, que se traduce como justicia. Una teodicea es entonces, “un intento de mostrar que Dios es justo y argumentar que puede ser Soberano y bueno a pesar del mal y el sufrimiento existente en el mundo”.[15]
Apologías propuestas
Muchas han sido las apologías que se han hecho desde una perspectiva cristiana para responder al dilema del mal y de como este no es contrario a la existencia de Dios ni a Sus atributos:
Primero, LA TEODICEA DE LOS ARGUMENTOS POSITIVOS. A pesar de lo desconcertante del mal, hay muchas evidencias positivas acerca de la existencia de Dios. Por ejemplo, el argumento cosmológico, el trascendental, el moral y el teleológico. Una de las mejores presentaciones de este argumento lo encontramos en el ilustre teólogo y apologista, R.C. Sproul:
Ahora bien, a pesar de lo válido del argumento, debemos admitir que este no responde del todo al dilema del mal. Tales argumentos confirman que Dios existe, pero no explican por qué si Dios existe y es todopoderoso y todo bondadoso a la vez, permite u ordena el mal en el universo. El problema del mal es entonces más que una negación de la existencia de Dios; es una acusación de que hay una incoherencia entre Su carácter “bondadoso” y la existencia del mal.
Segundo, LA TEODICEA DEL BIEN MAYOR, la cual propone que Dios puede tener razones legítimas para permitir el mal. Ireneo, padre apologista de la iglesia primitiva, propuso que el mundo fue creado primariamente no para estar cómodos, sino para encontrar a Dios, crecer espiritualmente y ser mejores seres humanos.[17] Este argumento es válido, pero no es suficiente, ya que no sólo deja de responder a la pregunta de por que sufren los infantes, sino también a la pregunta de por qué Dios no pudo crear un mundo en el que es necesario pagar un precio tan alto para lograr un resultado mayor y eterno.
Tercero, LA TEODICEA DE LA LEY NATURAL, propuesta por autores como C. S. Lewis, la cual plantea que el mundo está regido por leyes naturales y que cuando estas se rompen, viene el dolor.[18] Esta también tiene un punto de validez, pero también tiene sus deficiencias: ¿Qué de aquellos que sufren de segunda? ¿Por qué el sufrimiento no siempre es proporcional?
Cuarto, LA TEODICEA DEL LIBRE ALBEDRÍO, propuesta por autores como Agustín. Su punto es este: Si Dios nos hizo libres de escoger entonces existía la posibilidad de que las cosas salieran mal. Para esta postura, el mal es el resultado de escoger mal, después de todo, no existe mal sin el bien.[19] A pesar de tener cierto asidero Bíblico y ser popular, tiene también sus dificultades: Puede que su popularidad se deba a la tendencia de nosotros querer tener el control. Pero bueno, uno de los problemas es que no distingue ciertos tipos de mal, enfocándose sólo en el moral. Además, parecería sugerir que no somos libres si no tenemos la capacidad de hacer lo malo. En tal caso, ¿Qué hacemos con un Dios que no puede pecar? ¿No es libre? Además, en la redención, seremos libres, pero no pecaremos. Otro problema es que asume que, si Dios nos da libre albedrío, no puede controlar nuestras acciones.[20]
A estas teodiceas podríamos agregar muchas otras, unas muy ingeniosas, como la que plantea que Dios ha creado diversos universos y la distribución del mal es distinto en cada uno de ellos y otras más simplistas, como aquella que propone que el mal o el sufrimiento es el resultado de un pecado actual en una persona, como los amigos de Job y los discípulos de Jesús ante el ciego de nacimiento.
Una respuesta Bíblica al dilema del mal
Todas las teodiceas propuestas tienen un elemento en común: Quieren justificar a Dios ante la existencia del mal y todas encierran un elemento de verdad y por tanto, son parte de la respuesta Bíblica al dilema. El problema es que no se trata de algo tan simple, pues no es una ecuación de una sola variable. Esa es la razón por la que el tema no puede ser abordado sólo desde una perspectiva intelectual. En palabras de Ravi Zacarías:
Pero el asunto tampoco puede ser abordado sólo desde una perspectiva emocional, pues no tiene sentido tocar los sentimientos mientras nuestras mentes giran con preguntas. Para traer alivio emocional es necesario una explicación comprehensiva y coherente.
Y es en este punto donde entra la repuesta bíblica a este dilema, la cual debe tomar en cuenta todas las variables reveladas. O como ha expresado el mismo Ravi Zacarías, la respuesta Bíblica “acepta la realidad del mal, explica la causa y el propósito y ofrece fuerza de Dios para sobrevivirlo”.[22] Y la respuesta Bíblica al dilema tiene varios niveles:
EN PRIMER LUGAR, muchos, AL NEGARSE LA EXISTENCIA DE DIOS bajo el argumento de la existencia del mal, sin darse cuenta, cometen dos errores. El primero de ellos es que se borran todas las líneas divisorias entre lo bueno y lo malo, después de todo, en un mundo donde Dios no existe, simplemente el mal no existe. Por tanto, la negación de Dios, llevada de una manera consistente, debería llevarnos a rechazar las categorías del bien y del mal y por tanto, no tendría sentido hablar del mal situacional.[23] El segundo de ellos es que se toman prestadas presuposiciones cristianas para juzgar al Dios de la Biblia. Dicho de otra forma: Si Dios no existe y, por tanto, ni el bien ni el mal, entonces, ¿bajo qué criterio se juzga a Dios como malo al enviar o permitir tales cosas en un mundo caído? El criterio del bien y del mal asume o presupone entonces la existencia de un Dios o juez supremo o trascendental (Romanos 2.14-15).
EN SEGUNDO LUGAR, muchos, AL LIMITAR LA OMNIPOTENCIA Y LA BONDAD DE DIOS bajo el argumento de la existencia del mal, sin darse cuenta, adolecen del mismo simplismo que critican. Primero, el simplismo de definir mal tales atributos. La omnipotencia de Dios, por ejemplo, muchos la definen como Su capacidad de hacer cualquier cosa. Pero tal definición es inconsistente con la Biblia y la realidad, pues como ha expresado C.S. Lewis, “la omnipotencia divina significa un poder capaz de hacer todo lo intrínsecamente posible, no lo intrínsecamente imposible”.[24] Y no sólo inconsistente, tal definición de omnipotencia también es problemática, pues se encuentra con el imposible de pensar que Dios comete absurdos o imposibles, como por ejemplo, el de hacer personas con libre albedrío y que al mismo tiempo el mal no exista.[25] Lo que muchos pretenden es que en Su omnipotencia Dios intervenga siempre de manera milagrosa para prevenir el mal o el dolor en nuestras vidas. Pero una vez más, como ha expresado C. S. Lewis: “Tal vez fuera posible imaginar un mundo en el que Dios corrigiera todos los abusos cometidos por el libre albedrio de Sus criaturas (…) en un mundo así sería imposible cometer acciones erróneas, pero eso supondría anular la libertad de la voluntad”[26] y la posibilidad misma de crecer o madurar éticamente. El otro ejemplo de este tipo de simplismo lo vemos en la forma en que muchos definen la bondad de Dios. Para muchos la bondad de Dios significa que Él está en la obligación de tratarnos siempre como entendemos o de concedernos siempre lo que queremos. Pero tal definición es una caricatura de Dios, pues lo presenta más como un abuelo consentido que como un padre que debe disciplinar al hijo que ama un juez que no puede ser indiferente ante la injusticia.[27] La realidad es que Dios es bueno y por tanto, nunca podría ser el autor del mal (Deuteronomio 25.16; 32.4; Job 34.10; Salmo 5.4; 11.5; 92.15 Zacarías 8.17; Lucas 16.15; Santiago, 1.13; 1 Juan 1.5), pero todos aquellos que argumentan que un Dios todo bondadoso no debería causar o permitir el mal en ninguna de sus formas pasan por alto que la bondad de Dios no puede ser desconectada de la justicia. La bondad de Dios no quita Su compromiso de castigar justamente la maldad.[28] Si “bondad” es darles siempre a Sus criaturas lo que quieren, entonces, ¿qué si lo que quieren y hacen es malo y destructivo para ellos y para otros? ¿sería amoroso concederlo? ¿sería poco amoroso condenarlo y castigarlo?
Pero existe también otro tipo de simplismo que tiene que ver con la limitación injustificada de los atributos de Dios. El corazón del dilema es que según Epicuro y otros más, un Dios todo poderoso y todo bondadoso no es consistente con la existencia del mal, como si estos fuesen los únicos atributos en el ser Divino. La Biblia enseña que Dios tiene también otros atributos que interactúan con su omnipotencia y bondad. Por ejemplo, la Biblia dice que Dios también es SOBERANO, es decir, que está en control absoluto de Su creación, no sólo en sentido general, sino también de cada detalle en particular: Desde la caída de pequeños gorriones (Mateo 10.29) hasta la muerte de Su amado Hijo en mano de hombres inicuos (Hechos 2.23). Y si esto es así, entontes en un sentido misterioso todos los males y calamidades que suceden, sea que los envíe o los permita, están bajo Su control soberano, sea este moral (Génesis 45.5; 50.20; Hechos 2.23; 4.27-28 Romanos 8.28-29) o situacional (Amós 3.3-6). El mal podrá ser un intruso en el diseño divino, pero no escapa de Su control. Pero la Biblia también enseña que Dios también es SABIO, es decir, que Él no solo decreta los mejores fines, sino también los mejores medios para llegar a esos fines.[29] Lo que esto implica es que Dios siempre tiene una razón para permitir el mal en la vida humana, incluso sobre Sus hijos. A pesar de todas sus tragedias, Job lo reconoció: “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno” (Job 1.22; 42.2). Y a juzgar por el final de la historia de Job sabemos que el propósito de Dios era el bienestar de Su siervo. Santiago lo expresó de la siguiente manera: “Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5.11). De modo que cuando consideramos el final de la historia de la vida de Job, vemos que Dios tenía mejores razones que las del patriarca para permitir el dolor en su vida. “El hecho entonces de que no seamos capaces de imaginar una buena razón de porqué Dios permite el sufrimiento, no significa que Dios no tenga esa buena razón”.[30] Claro que, esto levanta una pregunta: ¿Cuál podría ser el propósito de Dios al enviar o permitir el mal en Su soberanía? Según el testimonio bíblico, Dios usa el mal para castigar el pecado del impío de una manera retributiva (Isaías 66.3-4; Romanos 1.24-28; Apocalipsis 14), para llamar al arrepentimiento a aquellos que han vivido de espaldas a Él (Amós 4.9-12; Apocalipsis 7-9), para mostrar lo que hay en su corazón (Deuteronomio 8.2-3), para para disciplinar y purificar la fe de Su pueblo (Romanos 5.3-5; 8.29; Santiago 1.2-3; 1 Pedro 1.6-7), para traer bienes mayores (Genesis 50.20; Romanos 8.28), para despertar a los hombres hacia la realidad del mundo venidero (Romanos 8.18-25; 2 Corintios 4.17), para mostrar la gloria de Su poder (Juan 9.2-3, 11.4-6; 2 Corintios 1.8-9).
Claro que la complejidad de esto no termina, pues muchos se preguntan si no es injusto por parte de Dios ordenar o permitir el mal para lograr Su propósito donde hay justos e injustos. Pero tal objeción pasa por alto tres cosas: Primero, según el testimonio bíblico, “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3.10). Todos pecamos desde que nacemos y tarde o temprano como Adán (Romanos 5.12; cf. Salmo 103). De modo que, desde esa perspectiva, lo más extraño no es que Dios permita el mal en nuestras vidas, sino que a pesar de nuestra maldad, haya decidido no destruirnos de una vez por todas (Génesis 8.21) y nos permita seguir disfrutando de las cosas buenas de la creación (Mateo 5.45; Hechos 14.17). Segundo, debemos considerar que cuando una persona peca, su pecado no sólo afecta al responsable sino también a aquellos que le rodean. Por eso el pecado de Adán no sólo le trajo consecuencias a él, sino también a todos sus descendientes (Romanos 5.12). Eso también explica por qué la vana manera de vivir de los padres suele ser aprendida y copiada por los hijos, a menos que Dios intervenga con su redención (1 Pedro 1.18-19). Tercero, debemos recordar que al final, como ha expresado el Dr. Miguel Núñez, las calamidades no determinan quienes mueren, sino cuando mueren. Al final todos morimos (Hebreos 9.27), sólo que nosotros no decidimos ni el cuándo ni el cómo.[31]
La respuesta decisiva y la respuesta final de Dios al dilema del mal
Así que, si bien es cierto que la Biblia nos exhorta a esperar en Dios, confiando en que en Él siempre hay un propósito en todo lo que manda o permite y que este siempre es para bien de los que le aman, esa no es la respuesta decisiva de Dios al dilema del mal. Según el testimonio bíblico, la respuesta decisiva no es una filosofía, sino una Persona. Desde los mismos orígenes del mal en la caída quedó claro que Dios enviaría a la Simiente prometida, Aquel que aplastaría la cabeza de la serpiente para revertir los efectos de la maldición sobre el mundo (Génesis 3.15; 5.28-29) y llevar la bendición a todas las naciones de la tierra (Génesis 12.3; 22.18). Esto demuestra que la redención prometida incluye la redención del pecado y sus desastrosos efectos en el mundo. Tal promesa es reiterada una y otra vez en los profetas del Antiguo Testamento. Y el Nuevo Testamento no titubea en identificar a esa Simiente prometida con Jesús, EL HIJO DE DIOS, quien experimentó la tormenta de la ira de Dios para que un día experimentemos la calma (Romanos 3.25); quien no salió de las tinieblas para que un día veamos la luz (Lucas 22.53). Quien dijo: “¿Por qué me has desamparado?”, para que nosotros no tengamos que decirlo por la eternidad (Mateo 27.46; Marcos 15.34). Y esto no sólo establece la credibilidad de Dios, pues le revela como el Dios que no es indiferente ante el dolor, más bien se identifica con este, sino que también le provee al creyente un ejemplo a seguir en medio del sufrimiento (1 Pedro 2.21-23) y el consuelo de que un día vendrá la respuesta final o decisiva: Un mundo nuevo en el que no habrá más maldición, ni dolor, ni muerte (Apocalipsis 21.4; 22:3), un mundo en el que mora la justicia (2 Pedro 3.13-14).
Esto último suscita la pregunta de si Dios no pudo haber creado un mundo sin mal desde el principio. Muchos entienden que, si Dios es omnisciente, poderoso y bueno, entonces pudo haber creado un mundo sin pecado, dolor, sufrimiento e infierno. La apología de Geisler sugiere que si Dios hubiese creado un mundo así, entonces el ser humano no hubiese sido libre.[32] Al final, su punto es que si Dios creó este mundo, entonces es el mejor mundo posible. Pero la esperanza cristiana nos muestra que este no es el mejor mundo posible, sino el paso previo y necesario antes de llegar a ese mundo ideal. O como lo ha expresado Randy Alcorn: “Aunque un mundo con sufrimiento no es el mejor mundo posible, es el mejor medio para llegar al mejor mundo posible”.[33]
CONCLUSIÓN
En conclusión, el mal existe y debe ser analizado con seriedad. Este es oscuro y profundo como un pozo. El que sufre, lucha con grandes olas y podría pensar que en cualquier momento puede ahogarse bajo una de estas. Por tanto, no debe ser trivializado. Cuando minimizamos el mal dejamos de amar a los demás y de honrar a Dios. Ahora bien, ¿qué debe hacer el creyente ante esta realidad?
Primero, ACEPTARLO, es decir, aprender a caminar en el sufrimiento, después de todo, como enseñó Jesús, hasta el día de Su regreso tendremos guerras, hambres y pestes (Mateo 24.6-7). Las imágenes bíblicas nos hablan de aprender a caminar por el valle de sombre de muerte (Salmo 23.4; Isaías 50.10; 59.9; Lamentaciones 3.2), nadar en aguar profundas (Salmo 69.2, 15; 88.17; 124.4; Job 22.11; Éxodo 15.19) y atravesar el fuego (Isaías 43.2; 1 Pedro 1.7). Sea a causa de nuestro pecado o como consecuencia de vivir en un mundo caído, no se puede evadir. Ni siquiera la muerte puede ser evadida. Pero como expresan los textos citados, debemos recordar la promesa de Dios de que no caminaremos solos, pues Él estará ahí con nosotros, no necesariamente llevándose el problema, pero sí dando nuevas fuerzas (Isaías 40.30-31; 41.10-16).
Segundo, BUSCAR EL ROSTRO DE DIOS EN ORACIÓN. Los que han pasado por el sufrimiento y el dolor dan testimonio de que no hay bálsamo o argumento que sustituya la presencia de Dios. Asaf (el salmista) lo expresó así: “Mas para mí, estar cerca de Dios es mi bien” (Salmo 73.28). Allí el creyente puede llorar y clamar con honestidad, como lo han hecho los grandes siervos de Dios (Job 3.1; Salmo 73.16; Jeremías 15.18; Habacuc 1.12-13), incluso como Su amado Hijo en la cruz (Mateo 27.43; cf. Salmo 22.1-3). Allí el creyente puede también orar con intensidad (Hebreos 5.7).
Tercero, CONFIAR Y ESPERAR EN DIOS. Una cosa es orar y expresar ante el trono de la gracia todas nuestras dudas y sentimientos con honestidad y otra muy distinta perder la confianza en Dios. La Biblia está llena de exhortaciones a confiar y seguir esperando en Dios aun cuando no entendamos ni veamos una luz al final del túnel. Esto implica varias cosas: seguir creyendo que Dios sigue en Su trono y que cumplirá Sus promesas de que aunque el mal no necesariamente sea retirado (Salmo 22.3-5) y seguir obedeciendo, aún cuando Él decida no sacarnos del problema en el momento (Daniel 3.17-18).
Cuarto, AGRADECER. De una manera u otra, por las misericordias de Dios, el creyente no recibe el castigo o el mal que merece y disfruta de bendiciones que no merece (cf. Job 2.10).
Quinto, GLORIARNOS. Pablo deja claro en Romanos 5.1-5 que como resultado de la justificación que tenemos por la fe en Cristo la tribulación no es una manifestación de LA ira divina, sino el instrumento paternal que Dios usa para darnos lecciones de fe, humildad, anti-materialismo, esperanza, amor, empatía con otros y fortaleza.[34]
Sexto, PREPARAR A SU GENTE. Es decir, darle a otros una perspectiva bíblica para enfrentar el dolor con seriedad, aceptación, entrega, confianza, gratitud y esperanza (1 Pedro 1.13).
Séptimo, AYUDAR A OTROS. Desde la caída misma y la consecuente miseria, Dios mandó a Su pueblo a orar por sanidad y obrar en favor de los sufridos. Dicho sea de paso, esa fue la práctica de Jesús. Como dice Pablo en 2 Corintios 1.4, el creyente es llamado a consolar a otros con los mismos consuelos que hemos recibido de Dios.
En fin, mientras el humanismo cósmico dice que el mal es una ilusión o parte del karma, por tanto, el sufrido debe superarlo o aceptarlo; mientras que el naturalismo dice que el mal es el resultado de la mala suerte, por tanto, el sufrido debe deshacerse de este o acostumbrarse; mientras algunas formas de teísmo dicen que el mal es el resultado del pecado, por tanto, el sufrido debe soportarlo y arrepentirse, el cristianismo propone y da las herramientas para vivirlo y revivirlo, pues como dice Pablo: “Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús mediante nuestro Señor”. (Romanos 8.38-39).
BIBLIOGRAFÍA
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Zacarías Ravi: Jesús Entre Otros Dioses, publicado por Grupo Nelson: Betania, Nashville, Tennessee, 2001.
CONFERENCIAS:
Eareckson Tada, Joni y McReynolds, Kathy: Más Allá del Sufrimiento, Publicado por Editorail Chonda Ralston, 2012.
González, Robert: Doctrina del hombre y del pecado, clases impartidas y guardadas en los archivos de la Academia Ministerial de la Gracia, Santiago, Rep. Dom., 2004.
Waldrom, Samuel: Apologetics, clases guardadas en los archivos del Reformed Baptist Seminary, Sacramento, California: https://rbseminary.org
NOTAS REFERIDAS
- Bahnsen, p. 109. ↑
- Ibid. ↑
- Alcorn, p. 12. ↑
- Pantinga, p. 28. ↑
- Powlison, p. 80. ↑
- Ibid, p. 80. ↑
- § En ese sentido sería útil reconocer la distinción entre el dolor físico, es decir, el dolor como sensación transmitido por las fibras nerviosas especializadas y reconocido como tal por el paciente, tanto si le agrada como si no, y el dolor emocional, es decir, el sentimiento de desagrado ya sea por una experiencia física como mental desagradable. Ver El Problema del Dolor, de C.S. Lewis, publicado por Rayo, Broadway, New York, 2006, p. 94. ↑
- Pérez. La Caída de Satanás (Art.). ↑
- Ver: González, Jr. Doctrina del hombre y del pecado (curso). ↑
- Carson, p. 124. ↑
- Piper, pp. 61-62. ↑
- Waldrom, p. 150. ↑
- Pike, p. 88. ↑
- Keller, pp. 86-87. ↑
- Alcorn, p. 40. ↑
- Sproul, pp. 128, 129. ↑
- Keller, p. 89. ↑
- Keller, p. 94. ↑
- Lennox, p. 53. ↑
- Keller, p. 91. ↑
- Zacarías y Johnson, p. 89. ↑
- Zacarías, p. 91. ↑
- Carson, p. 31. ↑
- Lewis, p. 36. ↑
- Lennox, p. 52. ↑
- Lewis, p. 41. ↑
- Ibid, p. 46. ↑
- Piper, p. 32. ↑
- Teología Sistemática: Una Introducción a la Doctrina bíblica, p. 198. ↑
- Grau, p. 42. ↑
- Miguel Núñez, programa de TV “Respuestas”, Santo Domingo, R.D. ↑
- Geisler y Brooks, p. 84-86. ↑
- Alcorn, p. 194. ↑
- McArthur, p. 25-39. ↑
Imagen de portada: https://www.gettyimages.com.mx/detail/fotograf%C3%ADa-de-noticias/emaciated-survivors-of-one-of-the-largest-nazi-fotograf%C3%ADa-de-noticias/515350796?adppopup=true
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